Centenari enric valor

dilluns, de desembre 31, 2007

'Su crisis y algo más'; por Nelson Soza Montiel


Ya pocos dudan de que la recesión en los Estados Unidos no está a la vuelta de esquina. La única interrogante es saber si será como la Gran Crisis de 1929 o una más suave de sólo cinco o seis años. Lawrence Summers, ex ministro de Hacienda bajo el ex Presidente Bill Clinton, piensa que los efectos adversos de ésta podrían durar más de una década. Otros ruegan al cielo porque la ‘locomotora china’ no se resienta con la merma del poder adquisitivo de los consumidores estadounidenses y pueda arrastrar el tren de la economía mundial al menos durante un par de años. (…)Al menos dos millones de propietarios perderán sus viviendas en los EEUU en los meses próximos cuando sus hipotecas sean ejecutadas por impagos, la confianza de los consumidores tambalea, el mercado de la construcción se desmorona y el capital extranjero huye en busca de mejores condiciones.





Muy pocos (el FMI entre ellos) siguen apostando a que sólo se trata de ‘un período más prolongado de crecimiento disminuido’.

Para Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal (Banco Central) de los EEUU, la probabilidad de que su país entre en recesión está ‘claramente aumentando’ y el crecimiento económico se ‘está acercando a la velocidad (mínima) de sustentación’. Y su sucesor, Ben Bernanke, admite que la economía del país enfrentará ‘una aguda deceleración por la contracción del mercado de la vivienda’ y un ‘aumento inflacionario por precios mucho más elevados del petróleo y por la debilidad del dólar’.

El lento crecimiento de los empleos, la escasez de crédito comercial, la depresión de los precios de las viviendas, la caída de la producción industrial y la turbulencia en Wall Street sugieren que la economía ya ha entrado en una recesión o el riesgo de que comience pronto excede del 50 por ciento.

La recesión se presenta como peor que las precedentes. Su profundidad y extensión dependen de la Reserva Federal: puede oponerse a la caída de los mercados y reducir drásticamente las tasas o hacerse a un lado y dejar que caiga quien caiga -caso en el que la recuperación sería más rápida-.

Pero también depende de lo que hagan (o no hagan) los bancos centrales e inversionistas de todo el mundo con sus reservas de dólares antes de que éstos pierdan aún más valor. Nadie quiere desatar una estampida, pero tampoco nadie quiere tener las cámaras llenas del dinero del Tío Sam.

Sin embargo, el futuro del dólar como la moneda preferida del mundo y la próxima recesión no lo son todo. Más bien son los síntomas del desplome del sistema bancario moderno actual y de la emergencia de una ‘reingeniería financiera’ que extirpe la existencia de instrumentos de inversión sustentados no en la economía real, sino que en la mala fe de unos y en la ingenuidad de muchos.

El peor de los escenarios

Ni los efectos directos de la crisis de los préstamos hipotecarios de alto riesgo (subprime) han terminado de digerirse ni todavía se producen todos los rebotes de la misma dentro y fuera de los EEUU La estanflación (el cóctel de inflación con cero crecimiento) es el peor de los escenarios para George Bush, los nueve billones de dólares que su país adeuda al extranjero y una moneda que sigue derrumbándose.

El Balance Económico de América Latina divulgado este mes por la CEPAL dice que los riesgos de desaceleración de la economía estadounidense se basaban en tres factores: las caidas del precio de las propiedades, del consumo de los hogares y de la construcción de viviendas; los efectos de la crisis de las subprimes sobre la valoración del riesgo y el funcionamiento de los mercados de crédito, y la merma de los créditos respaldados por el valor de las propiedades y de las refinanciaciones de hipotecas.

Todas y cada una de esas condiciones parecen estarse dando: al menos dos millones de propietarios perderán sus viviendas en los EEUU en los meses próximos cuando sus hipotecas sean ejecutadas por impagos, la confianza de los consumidores tambalea, el mercado de la construcción se desmorona y el capital extranjero huye en busca de mejores condiciones.

Dada la interconexión de los mercados financieros, las expectativas de una recesión podrían retroalimentarse unas a otras: si los inversionistas terminan de convencerse de que es inminente, nada los obligará a prestar un dinero de recuperabilidad incierta. La crisis de confianza tiene un segundo ingrediente: nadie sabe a cuenta de quiénes correrán (ni cuánto suman) las pérdidas. Se suponía que un ícono de las finanzas estadounidenses como el Citigroup no tendría decenas de miles de millones de dólares expuestos a los subprime. Pero resultó que sí los tenía.

La duda no está sólo en saber cuántos bancos deberán utilizar el salvavidas de la Reserva Federal para evitar la quiebra, sino en cuánto caerán sus títulos cuando las pérdidas forzosas de los bancos comprometidos trasciendan al público.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico ha valorado en US$ 330 mil millones las pérdidas bursátiles de las entidades financieras provocadas por las turbulencias en los mercados causadas por desplome de los subprime en los EEUU.

La Reserva Federal rebajó nuevamente -a medados de diciembre- las tasas de interés para inyectar morfina a los bancos e inversionistas. Y probablemente deberá seguirlo haciendo en 2008 para atenuar las penurias de la recesión. Pero ello precipitará nuevos derrumbes del dólar y disparará los precios de los alimentos o la gasolina. Y servirá de nada para amortizar los pagos de hipoteca atrasados o eliminar de los balances bancarios los miles de millones de dólares en créditos de difícil recuperación.

También convino con otros cuatro bancos centrales (de Europa, Inglaterra, Canadá y Suiza) efectuar cuatro subastas por un total de US$ 40.000 millones -aunque podría ser mucho más- para que los bancos comerciales puedan seguir prestando a empresas y consumidores.

En la tercera semana de diciembre la Comunidad Europea dispuso una línea crediticia equivalente a US$ 500 mil millones para los bancos del continente -dineros que se suman a los US$ 600 mil millones que la Federal y -en menor medida- el Banco Central Europeo ya inyectaron a sus respectivos sistemas financieros. Estos enormes recursos servirían para aceitar una maquinaria imposibilitada de seguir otorgando créditos y de pagar a sus acreedores. ¿Cuántos de ellos han sido efectivamente utilizados, cuánto de ello serán recuperables, cuántos más serán necesarios para evitar eventuales quiebras y por cuánto tiempo deberán los Estados asumir el salvataje de un sistema cuyos engranajes (inversionistas, bancos, agencias clasificadoras de riesgo) idearon e implementaron una maquinaria esencialmente especulativa?

Pero la demanda creciente de liquidez y la preocupación de los oferentes de créditos sobre los riesgos de una desaceleración económica que afecte la calidad de estos pueden dar lugar a un agravamiento de las restricciones crediticias y funcionar como una profecía auto-cumplida que invalide los esfuerzos de los bancos centrales.

Otra crisis ad portas

Según la Universidad de Michigan, la confianza de los consumidores está a su nivel más bajo desde el comienzo de la guerra de Irak debido a la incertidumbre sobre los precios del petróleo, los problemas permanentes en el mercado de la vivienda y la mayor inflación. No puede ser bueno para una economía cuyo 72% del PIB proviene de gastos de consumo y donde los niveles de endeudamiento con ‘dinero plástico’ están copados y amenazan una crisis al menos de similares características a la de los subprimes.

El consumidor estadounidense ha terminado por llegar al límite de su capacidad: ya no puede recurrir al valor de su casa para conseguir un crédito rápido y tiene al límite su stock de ‘dinero plástico’.

El endeudamiento con tarjetas de crédito es la siguiente preocupación creciente de los bancos. Tras largos años de seductoras promociones, los consumidores estadounidense adeudan la asombrosa suma de US$ 915.000 millones, ya no pueden abonar ni siquiera el mínimo y los incumplimientos de pagos se acumulan a un ritmo récord.

La cesación de pagos del mercado de tarjetas de crédito tiene un potencial casi tan destructivo como el de la debacle inmobiliaria: la deuda de las tarjetas de crédito fue traspasada a inversionistas del mercado secundario (fondos de pensión, fondos de alto riesgo). Y no pasará mucho antes de que el mercado de valores nuevamente se resquebraje cuando deba elevarse el nivel de riesgo de los bonos respaldados por tarjetas de crédito.

Pocas certezas, muchos riesgos

El más reciente informe del FMI asegura que los riesgos están decididamente en baja. Pero a renglón seguido admite que podría sobrevenir una mayor desaceleración global si recrudecen las presiones inflacionarias, persiste la volatilidad de los mercados petroleros, se acentúa la emigración de divisas extranjeras a los mercados emergentes y se agudizan las presiones sobre los mercados financieros.

Con unos precios del crudo cercanos a los US$ 100 por barril y un mercado petrolero mundial muy ajustado, cualquier problema de suministro o mayores preocupaciones geopolíticas (y allí están la guerra de Irak, las tensiones de EEUU con Irán y Venezuela, el Medio Oriente) podrían provocar mayores precios del petróleo y nuevas presiones inflacionarias.

A su turno, la creciente volatilidad de los mercados financieros y el peligro de que sus efectos se extiendan a otras áreas del mercado financiero genera dudas sobre la posibilidad de que continúe la bonanza externa que favorece a América Latina.

La Cepal dice que una desaceleración de la economía estadounidense no es necesariamente negativa para la economía mundial. Pero deja todo librado a las características del ajuste: si éste es lento y gradual, podría contribuir a la estabilidad del crecimiento global; si en cambio es un aterrizaje brusco, podría ser un factor ‘profundamente desestabilizador’.

El economista neo-keynesiano y profesor de la Universidad de Princeton Paul Krugman -uno de los más fieros detractores de la administración Bush- se inclina por lo último: los EEUU se dirigen a un aterrizaje brusco y están arrastrando consigo al resto del mundo.

Lawrence Summers escribió hace poco en el Financial Times: ‘Hace tres meses era razonable esperar que la crisis de los subprime no sería una amenaza para el modelo global de crecimiento económico. Esto es todavía posible, pero ya no lo más probable. Incluso si se implementan los cambios políticos necesarios, los EEUU sufrirán una recesión que ralentizará significativamente el crecimiento a escala global. Existe además el riesgo de que impactos adversos se sientan más allá de esta década’.

EEUU es el principal comprador de China, y ésta es a su vez el principal importador de petróleo y materias primas de los países ‘emergentes’: si Washington reduce sus importaciones, su impacto se proyectará inevitablemente sobre China, que a su vez mermará su demanda de bienes desde los ‘emergentes’.

La última previsión del Banco Asiático de Desarrollo dice que el crecimiento económico de China sería de 11,2% en 2007 y 10,8% en 2008. Pero -nuevamente- condicionado a que el petróleo no siga subiendo.

También podría resentirse la solidez de la economía europea. En siete años el dólar ha perdido un 82% de su valor frente al euro. Siendo un área económica grande y con un tipo de cambio flotante, las exportaciones de la euro-zona han sido fuertemente afectadas -provocando serias disputas de comercio con los EEUU Y nuevos declives del billete verde como consecuencia del último recorte de las tasas de interés por la Reserva Federal auguran más problemas para la economía comunitaria.

La FED ya prohíbe a los bancos ofrecer cualquier tipo de préstamo sin escatimar la capacidad del ciudadano de amortizar la deuda, aparte de hipotecar su casa. El norteamericano medio está súper endeudado a través del uso compulsivo de las tarjetas de crédito y la cifra que se maneja es que cada familia estadounidense está endeudada por el mayor consumo en los 10.000 dólares.