Acabo de leer una entrevista al amigo Manuel Monereo por parte de Albina Fernández para La Nueva España- Kaos, en la que se trata de varios temas sobre Izquierda a debate ([01.06.2005 20:26]
No tengo gran cosas que añadir en sus apreciaciones sobre el qué hacer, aunque por mi parte enfatizaría más el papel de la clase trabajadoras con todas las matizaciones que este concepto requiere, pero si me gustaría polemizar sobre la parte de la “memoria histórica” comenzando por su referencia (supongo que irónica) sobre el “camarada Stalin”, y sobre su exculpación del PCE sobre lo que podemos llamar el “caso Nin”.
Manolo subraya que Stalin dejó patente “su” opción por una República democrática como el objetivo primordial del momento en una célebre carta que envió a Largo Caballero, y a la que éste tuvo que hacer algunas observaciones no solo porque representaba una sensibilidad más radical dentro del PSOE, sino también porque de alguna manera era consciente que al militar-fascismo lo habían parado los trabajadores organizados, y no las instituciones republicanas. Allí donde los trabajadores “creyeron” en la palabra de estas, el Alzamiento triunfó.
La carta dejaba también claro quién mandaba en la Internacional Comunista, y por lo mismo, en el PCE, de ahí que José Díaz se viera obligado a remachar estos criterios en un discurso justamente titulado “Que quede lo más claro posible”. Esta línea general no tanto a favor de la República como de su ala derecha republicano-socialista, no estuvo motivada por ninguna razón anterior. No era la línea que llevó el PCE hasta 1934. Su rectificación no fue producto de ningún debate ni nada parecido. Ni tan siquiera fue una adaptación de los acuerdos del VII Congreso del Komintern, sino que fue producto de las exigencias de la política exterior soviética. El ascenso de Hitler –producto ante todo de la división provocada por la guerra entre socialdemócratas y comunistas oficiales-, llevó a Stalin a plantearse un nuevo giro en su política cuyo objetivo era priorizar un pacto con las potencias “democráticas”, incluyendo el capítulo colonial.
Fue en aras de esta exigencia que Stalin justificó en última instancia el exterminio de la vieja guardia bolchevique, y acuñó el conceptos como el hitlero-trotskista, la famosa “quinta columna”. Al tiempo que acababa con toda oposición, mostraba a Occidente que la revolución socialista había pasado a la historia, y que los comunistas eran los últimos en querer una revolución...La revolución ya existía, era la URSS, el camarada Stalin, etc. No hay la menor duda que la gente del PCE luchó por ”la democracia” dando la cara (y la vida, la mayoría de veces con una entrega extraordinaria, sino hay está el caso del hijo de José Robles, “Coco”, que lo siguió haciendo a pesar de que sabía que los agentes soviéticos habían asesinado a su padre, motivo como es sabido del libro Enterrar los muertos, de Ignacio Martínez de Pisón) por las instituciones republicanas, pero no es menos cierto que pensaba que al final se haría la revolución. Pero también es cierto que esta entrega fue instrumentalizada por los servicios soviéticos para introducir sus propias normas y finalidades en el campo republicano con los resultados de todos conocidos.
Nadie puede negar la lucha llevada a cabo por esa misma gente por las libertades durante la larga noche del franquismo. Lo que ya no es justo es atribuirle una exclusiva. El movimiento libertario lo siguió haciendo en condiciones tan duras como las sufridas por el PCE, también el POUM más modestamente, y otras fuerzas, sobre todo desde la aparición del FLP, principio de la nueva izquierda en España. En cuanto al PSOE, tampoco se puede generalizar, existió una resistencia socialista durante mucho tiempo, eso sí abandonada por Indalecio Prieto y compañía que buscó alianzas con los Estados Unidos, la potencia “amiga” que, como le respondió Foster Dulles en una conversación célebre, “no tenía amigos sino aliados”. Y u aliado era en aquel momento Franco.
Mucho más grave me parece su tentativa de limitar la responsabilidad del asesinato de Nin al Gobierno soviético. Por más que quiera y duela, el PCE no fue ajeno a ello. Su asesinato fue precedido de una campaña de linchamiento en la que intervino mucha militancia, y así lo han reconocido algunos testimonios. Responsables como Togliatti llegaron a amonestar severamente al PSUC por su tibieza, en el que se llegó a sospechar la existencia de un grupo “trotskista” (los antiguos bloquistas como Estivill). No fueron agentes soviéticos los que a la pregunta ¿Dónde está Nin?, replicaron en las paredes: En Salamanca o en Berlín. No hay más que leer los textos de la época para comprobar como se “arropó” la labor del “gobierno soviético”. El furor antitrotskista llegó a extremo impresionante, baste citar un caso poco conocido: Francisco García Lavid, conocido en los inicios del movimiento trotskista español como “Henri Lacroix”, y que era minero en Bélgica, se había pasado al PCE...Sin embargo fue linchado cuando cruzó la frontera por militantes del partido.
Cierto, no toda la responsabilidad la tuvo el PCE, salvo honradas excepciones, la derecha socialista calló, como lo hicieron nacionalistas y republicanos, tampoco la CNT estuvo a la altura de las circunstancias. Tampoco se puede medir todo este capítulo por las “checas”, pero lo cierto es que existieron con la complicidad activa del partido. Se le acusó de mil cosas, muchas de ellas falsas, pero estas fueron ciertas. Otra cuestión es que el asesinato de Nin, de Robles, Landau, y todo lo demás se utilice como arma arrojadiza, pero no creo que la mejor manera de contrarrestar semejante maniobra sea ocultándose como una criatura detrás de una silla cuando la verdad histórica resulta fundamentada en una documentación apabullante.
A Manolo le sobran capacidad y entereza para no tener que caer en declaraciones tan banales y sorprendentes que no ayudan en nada a una superación crítica de todo aquello, algo que únicamente será posible a través de la verdad.
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