Centenari enric valor

dimecres, de juliol 26, 2006

entrevista a pedro garcia olivo

En esta entrevista realizada por El Grupo de Zamora, el pedagogo afirma que "a la decadencia de Occidente, a la lenta pero indisimulable crisis terminal del Capitalismo, les está correspondiendo un resplandor filosófico minimalista, esquelético, una devaluación absoluta en la producción intelectual".

1. ¿Por qué hay que ser irresponsable?
La noción de “responsabilidad” se desprende de un concepto metafísico de Hombre. Exige, en primer lugar, el postulado de la unicidad de la conciencia, de la identidad e inalterabilidad sustancial del sujeto. Presupone, también, que al individuo le cabe, en medida suficiente, una libertad real de obrar, una autonomía concreta en el escenario histórico. Sin embargo, a partir del desplazamiento epistemológico operado por las tesis de Marx, Freud y Nietzsche, como señalara Foucault, esa concepción logocéntrica se ha visto definitivamente desacreditada. ¿Cómo responder de mis actos si desconozco a casi todos los hombres que soy (esa pluralidad contradictoria que me constituye), si mi subjetividad es un conflicto y un devenir, un descentramiento y una dispersión radicales, una danza errática de desgarramientos y escisiones? ¿Cómo responder si aparecemos tal meras marionetas de las circunstancias sociales, productos de lo históricamente dado, si somos “pensados”, “hablados” y “movidos” por la sombría organización de lo real (Artaud), dibujo en la arena de la playa que borra la primera ola, hojarasca a merced de cualquier viento?
Por añadidura, el concepto de “responsabilidad”, instituido sobre esa mentira trascendental, ha sido utilizado durante siglos por la Moral dominante, alojándose en el principio de realidad capitalista, en el “sentido común” de la clase política, en el “verosímil ético”, como diría Barthes, de los poseedores y de las poblaciones integradas. De su mano, se nos ha querido educar en la obediencia axiológica y en la subordinación psíquica, en la aceptación de un código onto-teo-teleológico reclutado para la salvaguarda de lo existente; con su ayuda, se logró adiestrarnos en la repugnante disciplina de la auto-constricción y la auto-vigilancia, en una indefinida “rendición de cuentas” ante un espejo interior en el que se reflejan sin descanso las más odiosas figuras de la policía social anónima (Horkheimer).
Lejos de ese dominio de embustes para-religiosos y asechanzas represivas, lanzando cabos a la creación artística y al juego que desmitifica, a la poesía de la destrucción en suma, la “irresponsabilidad” consciente de sí misma, orgullosa de sí, desata, libera, disgrega, complica, estorba, asusta, huye y ayuda a escapar. Sólo en la “irresponsabilidad” habita hoy, como en un atentado contra todo orden social, el peligro y la disidencia de fondo, la insumisión abisal, el “buen diablo” de la rebeldía insobornable. Lamento no poder profundizar, por la naturaleza de esta entrevista, en un asunto tan importante... Añadiría, no obstante, que aspiro a poder declararme algún día “felizmente irresponsable de todos mis actos”.
2. En este mundo, ¿hay capitalismo o imbecilismo?
Creo que, en el ámbito del pensamiento, sí se está registrando un proceso de imbecilización, una suerte de progresiva idiotización que se cobra sus mejores piezas entre los intelectuales, los funcionarios, los educadores, los políticos, los psicólogos, los sociólogos, los psiquiatras,... Basta con repasar la producción teórica y filosófica del llamado Pensamiento Único, del liberalismo-ambiente, para darse cuenta de que, a lo sumo, se trata de “pequeños debates entre imbéciles”. Me estoy refiriendo, por ejemplo, a las obras de Giddens, Gray, Rorty, Taylor, Habermas, Walzer, Rawls, Gellner, Macintyre, Sandel, Michelman y tantos otros en la esfera sociológica y politológica. Me estoy refiriendo, en concreto, a la “crema” de la reflexión occidental, una publicística sorprendente y definitivamente idiota...
A la decadencia de Occidente, a la lenta pero indisimulable crisis terminal del Capitalismo, a los estertores de nuestra Cultura, les está correspondiendo, entre los vapores irrespirables del conformismo y del escepticismo, un resplandor filosófico minimalista, esquelético, una insuperable anemia, un agotamiento insondable y una devaluación absoluta en la producción intelectual –lo que, en El enigma de la docilidad, denominé Pensamiento Cero o “pensamiento ausente”, la reflexión de la imbecilidad que se desconoce a sí misma...
3. Algunos pensamos ser futuros maestros... ¿Qué consejo podrías darnos?
Ningún consejo. O, a lo sumo, el de Zaratustra: “Mi consejo, realmente, es que os alejéis de mí y me evitéis”.
Pero sí que me gustaría alertaros sobre un peligro que os va a acechar de inmediato: el peligro del autoengaño, de la autojustificación, de la racionalización de una práctica infame y un empleo mercenario. Ya debéis saber que vais a ser contratados por el poder, por el Capital y por el Estado, para llevar a cabo los cotidianos y terroríficos “trabajos sucios” sobre la subjetividad de los jóvenes; ya debéis saber que, como Faustos menores, vais a vender vuestra alma al Diablo. Os redimiría de algún modo que, en ese trance, manchadas las manos y alquilada la conciencia, por lo menos no os engañaseis...
Ojalá pudierais no existir. Ojalá pudiéramos no existir. Me temo que, andando el tiempo, la culpabilidad y el patetismo os hará exclamar aquello que también yo repito y me repito: “vivo en el cráter de un volcán y, de vez en cuando, amenazo con irme”...
4. ¿Cuál sería el ideal de Escuela para ti? ¿Existiría?
Una escuela sin maestros, sin profesores, sin educadores. Una escuela sin alumnos... La “maldad” de la escuela no reside, por así decirlo, en la arquitectura, sino en la posiciones de subjetividad que prescribe, en las prácticas sociales que la recorren. Allí donde hay un “profesor”, y un “alumno” se le acerca, en el aula o en el bar, en el pasillo o en la calle, se reanuda la “clase”, se da “escuela”. El profesor es una escuela ambulante, esté donde esté, de día y de noche, los lunes lo mismo que los domingos...
Sin profesores y sin alumnos (por tanto, sin horarios, asignaturas, exámenes,...), la estructura física de la escuela recupera su inocencia: pasa a ser un útil, una herramienta, un medio para la auto-educación de la juventud, un depósito de materiales culturales,...
Lo terrible es que toleremos la existencia de “educadores”. Cifro mi ideal en un exterminio casi apocalíptico de toda esa plaga de maestros, profesores, enseñantes, pedagogos, educadores y otros sojuzgadores de la juventud.
5. No nos gusta estar de brazos cruzados; y, mientras llega el anhelado cambio, ¿qué podemos hacer?
Para empezar, no volver a formular esa pregunta. No volver a plantearla porque, en rigor, nadie tiene derecho a responderla. Sobran ya los “metodólogos de la lucha” que nos señalan los caminos y los modos de la contestación; sobra la Vanguardia Ilustrada; sobran los “especialistas en resistencia social”; sobran las “minorías esclarecidas” que creen saber lo que se debe hacer en este mientras tanto. Se acabó, por fortuna, el tiempo de los Catecismos Revolucionarios, de las Sagradas Escrituras de la Rebeldía, de la Estrategias Objetivamente Correctas y de los pedantes que se afanaban en responder a la pregunta leninista –“¿qué hacer?”.
Estamos solos, en este “mientras tanto”. Y somos autónomos. Ninguna “luz” vendrá de fuera...
Lo que decidáis hacer es asunto vuestro: no me permitiré la infamia de recomendaros nada. Bastante tengo con procurar orientarme en estas tinieblas mías de la contradicción y vislumbrar los medios de mi propia e incierta lucha...
6. Y, terminando, ¿quieres decirnos algo más?
Agradeceros la ocasión de escribir que me habéis brindado y desearos suerte en vuestros empeños críticos e insumisos.