Centenari enric valor

dimarts, de juny 20, 2006

politica de corrosion

La Escuela comete sus crímenes en silencio, por la noche. De día prepara la munición, carga el revolver, afila la navaja
“Tiene una mano que es invisibley que mata.”A. Rimbaud
La política de la Corrosión se define por lo que deja atrás: abandona la lucha por el programa, el combate por los textos. El Irresponsable no cree ya en la eficacia de la palabra magistral. O mejor: sabe que, como discurso profesoral, trabaja para el Enemigo. Por eso mantiene lejos de sí los motivos clásicos de la “explicación”, el “tema”, la “lección” o la “clase”. No enseña, no instruye, no informa. Ha aprendido algo de Nietzsche: “ni aún en sentido simbólico la palabra ‘esclavo’ conserva para nosotros su antigua intensidad.”
Si el aparato educativo participa del horror no será sólo -ni principalmente- por reproducir determinados discursos, por reiterar ciertos contenidos (palabras que no sirven más que para adormecer). Su intervención policial en la forja de la subjetividad se apoya más bien en todo cuanto, rodeando la palabra del profesor, configura el Orden de la Escuela: organización coercitiva del tiempo y del espacio, distribución jerárquica de los papeles y de las funciones, moralización rigurosa de las relaciones, reglamentación tácita de los comportamientos y las actitudes... Lo anticipábamos: la Escuela sólo se entrega a la barbarie en el silencio de la noche...
Detenida la palabra del profesor, queda aún la memoria, el horario, la disciplina, lo prohibido, la mirada, el hábito, la costumbre -la noche. De ahí que el Irresponsable, guerrillero de la corrosión, valore el ejercicio -fundamentalmente verbal, diurno- del Ingeniero, del Infiltrado o del Reformista como algo más que una pérdida de tiempo, casi como una forma de complicidad: simulacro de compromiso alimentado por la lógica docente con el objeto de reinstalar la “contestación” en el territorio de los espejismos, de los conflictos irrelevantes (ámbito del discurso y de las condiciones de repetición). Bataille escribió: “la muerte (biológica) es en cierto sentido una impostura”. Quizá tenga razón. El Irresponsable huele un cadáver allí donde se deja oír la voz de un Educador. Verá siempre en el profesor -portador de la palabra- a la primera víctima de la Escuela.
El Ingeniero, pues, trabaja a pleno sol. Practica aquello que el Guerrillero, amigo de las sombras, denuncia como sofisticación de la represión. Declara la guerra a los programas oficiales, a los contenidos forzosos, a los temarios vigentes (obsoletos, superados o ideológicos, en su jerga). Arrincona viejos textos y estimula la circulación de nuevos discursos -presuntamente críticos o desmitificadores. En el límite, propone programaciones alternativas, abiertas a los intereses y preferencias expresas de los alumnos; moderniza la técnica de exposición, explotando las posibilidades de los nuevos medios audiovisuales; y organiza de otra forma la “repetición” del discurso -clase dialogada, dinámica de seminario, estructura de coloquio. De vez en cuando, como si cediera a la tentación de un radicalismo explosivo, promueve la participación de los estudiantes en la definición del tipo de examen y en los sistemas de evaluación...
Al aparente progresismo de tales iniciativas, el Irresponsable opone consideraciones bastante triviales: la renovación de los métodos no sólo no perturba el funcionamiento represivo de la Institución (basado en la pedagogía implícita de los modelos, las relaciones, las figuras siempre fijas, la interacción reglamentada y la microfísica de los poderes actuantes: operación nocturna sobre la conciencia), sino que convierte además al alumnado en “cómplice” de su propia sujeción, dispuesto a tolerar la tiranía del programa consensuado, la tortura de una instrucción que le exige ahora incluso la palabra y la violencia del examen que a sí mismo se impone como signo de una sumisión absoluta. Con ello no se modifica la naturaleza de la Escuela. Al contrario, la Institución interviene más que nunca en el carácter del estudiante y le confía las tareas enojosas de su propia coerción...
La dominación pierde así la espectacularidad de antaño y multiplica su eficacia alienante. Si la Ingeniería logra transformar a cada estudiante en un policía de sí mismo, podrá prescindir incluso del aparato externo de coacción y vigilancia. Eliminaría los factores tradicionales de riesgo (autoritarismo excesivo, dureza inconveniente de los métodos, aburrimiento generalizado en las aulas, sensación creciente de desigualdad e injusticia...), optimizando el rendimiento político de la Máquina Escolar: selección clasista de los estudiantes como premisa de la perpetuación de la dominación social, inculcación de hábitos y disposiciones caracteriológicas reproductivas -disciplina, obediencia, autoconstricción, competencia...-, fomento del conservadurismo ideológico (aceptación del principio de autoridad y jerarquía, respeto incuestionado de las instituciones, celebración indefinida de la democracia,...), profundización de la moral de la doma a través de la figura “ilustrada” del profesor/conciencia y recodificación inquisitiva de los flujos del deseo -conversión del deseo de saber en obligación de trabajar, del deseo de huir de la familia en obligación de fundar una familia,... El estudiante como “mártir” de la Causa de su agresor: he aquí el objetivo último de la Reforma, el desenlace inesperado de la inquietud progresista.
Con el Ingeniero, en suma, la Escuela persevera en el Crimen. Prepara mejor su noche. Por eso, el Irresponsable no concede al Reformador -sin duda, un cadáver- ni siquiera la inocencia de los muertos. Contempla su cuerpo corrompido como invitación permanente a la necrofilia.
Ingeniería-Guerrilla, curiosa antítesis. Frente a la soberbia en los fines de la primera (promesa de Salvación), la modestia de la segunda (voluntad de salud). Frente a la moderación en los medios de aquélla (renovación metodológica), el radicalismo de ésta (corrosión esquizofrénica). Extraña paradoja: en la Guerrilla, la modestia de los fines se acompaña del radicalismo de los medios. Paradoja, sin embargo, aparente -la medicina es difícil.