Centenari enric valor

diumenge, de desembre 29, 2013

Article de javier llopis

Nunca falla; en esto no hay ninguna diferencia entre las derechas y las izquierdas. Cuando un gobernante alcoyano quiere darle un empujón a su administración o pretende reforzar su imagen de buen gestor ante la ciudadanía, siempre acaba envolviéndose en la sacrosanta bandera de la tradición y echándole mano a un tema que tenga que ver con las Fiestas de Moros y Cristianos, con el ciclo festivo navideño o con cualquier otra pieza destacada de nuestro patrimonio sentimental. Nuestros políticos son más listos que los ratones coloraos y saben que cada vez que nos tocan la fibra patriótica, los resultados son espectacularmente positivos, cumpliéndose al pie de la letra los contenidos del viejo precepto popular de «canyaeta peixet». Lo hemos visto antes, con cuestiones como la declaración de BIC del Tirisiti, y lo estamos viendo ahora, con la campaña iniciada por el Ayuntamiento para conseguir la declaración de Patrimonio de la Humanidad para la Navidad alcoyana. La iniciativa ha provocado adhesiones masivas e inmediatas por parte de todos los sectores sociales, que consideran (con toda la razón del mundo) que la distinción de la UNESCO cumpliría un doble objetivo: por una parte, reforzaría la importancia y la repercusión exterior de esta magnífica manifestación de nuestra cultura local y por la otra, le añadiría un nuevo atractivo turístico a la ciudad, que atraería nuevos visitantes y que nos permitiría avanzar por una nueva vía para nuestra depauperada economía.
Todo son ganancias en estos sanísimos ejercicios destinados a recargar las pilas de nuestra maltrecha autoestima como pueblo. Sin embargo, resulta inevitable preguntarse por qué nunca se alcanzan estos grados de acuerdo político y social cuando se hacen propuestas sobre otras cuestiones mucho más sustanciales, como: la creación de nuevas áreas industriales, el modelo urbanístico, la búsqueda de alternativas de desarrollo económico, los planes de peatonalización del casco antiguo, la gestión de nuestros valiosos parajes naturales o las relaciones con un gobierno autonómico, que hace casi 20 años que nos tiene castigados a pan y agua. Las tradiciones se han convertido en el único territorio de consenso para una comunidad capaz convertir los problemas más nimios en el tema central de acaloradas polémicas; son una isla de unidad en una ciudad atrapada en el cainismo permanente, que ve fracasar uno tras otro sus grandes proyectos estratégicos ante el empuje insoportable de la división y la revancha.
Entramos de lleno en los pantanosos terrenos de psiquiatría social. Los alcoyanos (los políticos, los líderes sociales y la gente de a pie) somos capaces de ponernos de acuerdo cuando tratamos asuntos relacionados con nuestro pasado y sin embargo, entramos en estado de discordia total cuando debatimos cualquier cosa que tenga que ver con nuestro futuro. El resultado de esta extraña bipolaridad es el que todos estamos viendo: una ciudad con un maravilloso legado cultural, pero con un porvenir más negro que un paje de la Cabalgata.
¿Es posible romper de alguna manera esta dinámica letal o estamos condenados a convertirnos en una especie de parque temático dedicado a las Entradas de Moros y Cristianos, a las Cabalgatas de Reyes Magos y al Belén Tirisiti?. La respuesta a esta pregunta es muy complicada. La solución a la patológica dicotomía en la que vivimos sumergidos los alcoyanos desde hace décadas pasa por un inevitable cambio de mentalidad por parte de todos los habitantes de esta ciudad, que sólo sería posible a través de la existencia de liderazgos políticos y sociales más consistentes, capaces de inocularle a la gente la necesidad urgente de recuperar nuestras olvidadas habilidades negociadoras y nuestra capacidad para acudir unidos a la defensa de los grandes temas de Estado. Mientras no se produzca ese milagro, los alcoyanos seguiremos siendo unos tipos inclasificables y extraños, que se sienten más cómodos flotando entre tradiciones centenarias que encarándose con la realidad de cada día. Y eso es bastante triste.