Article del bon periodista i alcoià, javier llopis.
Asociaciones de vecinos, colectivos de comerciantes y ayuntamientos de todos los colores políticos vienen aplicándole al centro de Alcoy la misma estrategia autodestructiva a lo largo de casi cuarenta años, sin desviarse ni un milímetro de esta nefasta hoja de ruta. Se trata de una innovadora línea de acción urbanística, que consiste básicamente en hablar mucho y en no hacer nada. Este plan maestro pasa por ahogar rápidamente cualquier propuesta interesante para revitalizar esta zona de la ciudad y basa todas sus esperanzas de recuperación en la remota posibilidad de que un día se produzca un milagro celestial y el barrio resucite por arte de magia.
Asociaciones de vecinos, colectivos de comerciantes y ayuntamientos de todos los colores políticos vienen aplicándole al centro de Alcoy la misma estrategia autodestructiva a lo largo de casi cuarenta años, sin desviarse ni un milímetro de esta nefasta hoja de ruta. Se trata de una innovadora línea de acción urbanística, que consiste básicamente en hablar mucho y en no hacer nada. Este plan maestro pasa por ahogar rápidamente cualquier propuesta interesante para revitalizar esta zona de la ciudad y basa todas sus esperanzas de recuperación en la remota posibilidad de que un día se produzca un milagro celestial y el barrio resucite por arte de magia.
Los resultados de esta extraña doctrina están bien a la vista y resultan deprimentes. Pasear por las antiguas calles comerciales -como San Francisco, San Nicolás y en menor medida San Lorenzo- es llorar ante un paisaje de locales vacíos y de carteles de se vende. La vida ha desaparecido de prácticamente todas las vías secundarias del casco histórico y la zona se mantiene en pie con respiración asistida en estricto horario de mañanas, sostenida por la actividad que generan las sucursales de los bancos y las sedes de las instituciones oficiales. El antiguo corazón de la ciudad se ha convertido en un área urbana residual en continua decadencia; en un espacio muerto para los usos residenciales y comerciales, que no ha podido resistir la competencia de otras zonas más pujantes, como la Alameda, Santa Rosa o la Zona Norte, dejándonos a todos una ciudad dramáticamente descompensada.
Mientras los alcoyanos contemplábamos el avance inexorable de la ruina, el resto de las ciudades del mundo ponía en marcha soluciones imaginativas para recuperar sus cascos antiguos. Planes ambiciosos de rehabilitación de viviendas, proyectos de peatonalización de calles, creación de áreas comerciales al aire libre o revitalización de viejos mercados abandonados eran algunas de las iniciativas ensayadas, en algunos casos con un éxito considerable. Ninguna de estas propuestas nos pareció lo suficientemente buena para trasladarla a Alcoy y decidimos que la mejor opción posible era la de sentarse a verlas venir, a la espera de que alguien se le ocurriera una idea luminosa que nos sacara del atolladero urbanístico.
Empujado por un grupo de vecinos y de comerciantes conscientes de que la situación del centro había llegado a un punto de no retorno, el actual gobierno municipal de Alcoy decidió romper el habitual estado de inactividad respecto al casco antiguo y puso en marcha un timidísimo plan de peatonalización. Aunque han sido unos primeros pasos casi testimoniales, el proyecto ha provocado un inmediato rechazo por parte de un grupo de ciudadanos, que ha exigido su paralización. En pleno periodo preelectoral, el enfrentamiento se ha envenenado y ha acabado por llegar a los juzgados, añadiéndose así a la larga lista de asuntos locales (Rosaleda, Serelles y pronto la Canal) cuyo futuro se verá empantanado en el laberinto judicial.
Podríamos discutir durante horas sobre si este nuevo conflicto se debe a la incapacidad de del gobierno municipal para lograr consensos, al encabezonamiento personal de un grupo de ciudadanos o al interés de alguien por sacar réditos políticos creando una nueva polémica; sin embargo, lo único cierto es que la judicialización del plan para peatonalizar el centro coloca este proyecto en un punto muy complicado y deja seriamente tocada la posibilidad de que en el futuro se amplíen las restricciones del tráfico de vehículos a otras calles de la zona. Al margen del éxito o del fracaso de la demanda judicial, una cosa ya está clara: se ha conseguido sembrar la discordia en un tema que debería estar arropado por la unanimidad.
Nuevamente, nos encontramos con el argumento que ha frustrado las sucesivas intentonas de recuperar el casco antiguo: la resistencia a los cambios, el temor atávico ante cualquier novedad, que es rechazada sistemáticamente como algo negativo y de consecuencias catastróficas. A estas alturas de la película, esta posición es muy difícil de defender: el centro de Alcoy ha alcanzado tales niveles de degradación, que por muy chapuceras que sean las intervenciones municipales, resulta imposible empeorar las cosas.
Mientras los alcoyanos contemplábamos el avance inexorable de la ruina, el resto de las ciudades del mundo ponía en marcha soluciones imaginativas para recuperar sus cascos antiguos. Planes ambiciosos de rehabilitación de viviendas, proyectos de peatonalización de calles, creación de áreas comerciales al aire libre o revitalización de viejos mercados abandonados eran algunas de las iniciativas ensayadas, en algunos casos con un éxito considerable. Ninguna de estas propuestas nos pareció lo suficientemente buena para trasladarla a Alcoy y decidimos que la mejor opción posible era la de sentarse a verlas venir, a la espera de que alguien se le ocurriera una idea luminosa que nos sacara del atolladero urbanístico.
Empujado por un grupo de vecinos y de comerciantes conscientes de que la situación del centro había llegado a un punto de no retorno, el actual gobierno municipal de Alcoy decidió romper el habitual estado de inactividad respecto al casco antiguo y puso en marcha un timidísimo plan de peatonalización. Aunque han sido unos primeros pasos casi testimoniales, el proyecto ha provocado un inmediato rechazo por parte de un grupo de ciudadanos, que ha exigido su paralización. En pleno periodo preelectoral, el enfrentamiento se ha envenenado y ha acabado por llegar a los juzgados, añadiéndose así a la larga lista de asuntos locales (Rosaleda, Serelles y pronto la Canal) cuyo futuro se verá empantanado en el laberinto judicial.
Podríamos discutir durante horas sobre si este nuevo conflicto se debe a la incapacidad de del gobierno municipal para lograr consensos, al encabezonamiento personal de un grupo de ciudadanos o al interés de alguien por sacar réditos políticos creando una nueva polémica; sin embargo, lo único cierto es que la judicialización del plan para peatonalizar el centro coloca este proyecto en un punto muy complicado y deja seriamente tocada la posibilidad de que en el futuro se amplíen las restricciones del tráfico de vehículos a otras calles de la zona. Al margen del éxito o del fracaso de la demanda judicial, una cosa ya está clara: se ha conseguido sembrar la discordia en un tema que debería estar arropado por la unanimidad.
Nuevamente, nos encontramos con el argumento que ha frustrado las sucesivas intentonas de recuperar el casco antiguo: la resistencia a los cambios, el temor atávico ante cualquier novedad, que es rechazada sistemáticamente como algo negativo y de consecuencias catastróficas. A estas alturas de la película, esta posición es muy difícil de defender: el centro de Alcoy ha alcanzado tales niveles de degradación, que por muy chapuceras que sean las intervenciones municipales, resulta imposible empeorar las cosas.
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